Cada siete olas
Daniel
Glattauer
ISBN: 9788420406398
Formato: Rústica
con solapas– 280 Págs
Editorial: Alfaguara
"No vemos las cosas tal como son, las vemos como somos nosotros". Esa cita de Anaïs Nin va de perlas a la hora de hablar de Verano sin ti. Un texto tremendamente subjetivo que explora los laberintos del inconsciente para llegar un poquito más allá. Abrir una grieta en el muro de las palabras para que la novela trascienda y sea otra cosa.
Un libro que, más que ausencias, habla de los complejos y a veces contradictorios sentimientos del ser humano; en un camino donde el bien y mal, deambulan por él de la mano.¿Un amor imposible?Es adentrarse en un laberinto donde conviven dos polos, que se atraen y repelen a un mismo tiempo.Un dialogo intenso. Una batalla.Es la "caja de pandora" que vive en ti.El día y la noche.La luz y la oscuridad.El bien y el mal que no existe cuando se pierde en matices.El cielo y el infierno te esperan en un final sin fin...¿Te atreves a entrar?
2105: Un grupo de niños que a lo largo de los últimos doce meses han cumplido los trece años es convocado en una de las frías estancias del complejo subterráneo de Subterra. Trece años es la edad a la que los niños pasan a convertirse en soldados cuya misión es defender la colonia de sus enemigos. El Comandante Torres, líder de Subterra, será el encargado de narrarles cómo la humanidad ha acabado viviendo oculta bajo tierra, lejos de la superficie, y qué clase de monstruosos seres la pueblan.2021: En el origen de esta catástrofe, sin pretenderlo, se ve involucrado Julio, el dueño de una librería, casado y con un hijo cuya vida, hasta aquel momento, había sido tranquila y rutinaria y que, de repente, es perseguido por un grupo de hombres cuyo aspecto sugiere que no tendrán el menor escrúpulo en eliminar a quienes se interpongan en su camino.El problema estriba en que, concentrado en huir, Julio no parará a plantearse hacia dónde se está dirigiendo. Hasta el final, al menos... cuando quizá ya sea demasiado tarde.
La sinuosa y estrecha carretera conducía directamente hasta la ermita. Más arriba no había nada. Las luces dibujaban las calles de una ciudad cuyas casas se esparcían a su antojo creando formas iluminadas sobre un oscuro fondo. Era noche cerrada, la tormenta había estallado minutos antes, la lluvia se convertía en vertiginosos riachuelos que descendían ladera abajo. Los limpiaparabrisas de la furgoneta no daban abasto para desalojar el ingente caudal de agua que golpeaba los cristales y dificultaba seriamente la visibilidad.